12 de noviembre

"Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda."

Bécquer was right.
Y yo sigo con la imaginación aguijoneada, fustigada, desbocada e imparable. Hablando en inglés lo mismo que en ruso, no puedo parar.

Hoy he estado viendo viejas fotografías. Mi madre dormía plácidamente en su eterno sillón. Me he infiltrado en el recibidor, último muro conocido antes de enfrentarme con el exterior, con su familiar empapelado, su familiar planta de interior de plástico, su familiar armario.
...¿familiar armario? ¿Qué puede tener de familiar un armario que no sé qué contiene? Es curioso que, habiendo pasado tantos años en esta casa no sepa todavía cada uno de los recovecos que la componen.


Es curioso como incluso en nuestra realidad más cercana damos por sentado ciertas cosas porque siempre han estado ahí y es un día como cualquier otro en el que nos planteamos porqué están ahí.
He abierto el armario, y aunque parezca contradictorio con mi anterior observación, no he efectuado una mirada general para contemplar con ojos nuevos qué contenía, sinó que he buscado lo que tenía en mente desde esta mañana, apartando a ciegas texturas que parecían pertenecer a ropa usada cuando dichas texturas eran suaves y no ásperas, hasta encontrar una caja del tamaño de una caja de zapatos, hecha de madera fina, que no he dudado en abrir.


Ahora las tenía delante mío. En mi cama. A docenas.
Fotografías.
De todos los tamaños y colores. De mi Madre.
De mi Padre.

Se les veía felices.
No sé exactamente qué he sentido al verlas. Si curiosidad por reconocer a mi madre de joven, sorpresa por ver al Padre que no conocí, tristeza por no reconocerme en él, emoción por saber cómo sería la fotografía siguiente...


10 de noviembre

Por lo general suelo visitar páramos deshabitados del terreno barcelonino. Casas al borde del colapso, esperando ser substituídas por algún bloque con cimientos más sólidos. Callejuelas que apenas alcanzan la veintena de números. Plazas donde las migas de pan no alcanzan a alimentar una veintena de palomas.
Ése el medio por el que navego. Poca gente. Poca.

Sin embargo, por primera vez desde que empezé la terapia me he dado cuenta de que no parece venir nadie a ver al doctor. Cuando llego cinco minutos antes de la hora no hay nadie vistiéndose y preparándose para salir. Cuando salgo cinco minutos después no hay nadie esperando sentado leyendo una revista.
Es más, no hay revistas. Y suponiendo que esa puerta cerrada sea una despensa, no hay cuarto donde los pacientes puedan aguardar.

Todo es perenne. El pote que debería contener agujas no contiene ninguna. El cilindro donde guarda el algodón está siempre lleno, y podría seguir.

He temido por un momento que, al apreciar mi mirada inquieta que jugaba con los detalles y las esquinas, me preguntara qué llamaba mi atención.
Rápidamente me he calmado, pues difícilmente recuerdo cinco minutos después de habernos saludado. Es más, algunas veces me parece que no nos saludamos, no sabría decir. Nuestro lenguaje es el de la rutina, el de "túmbate" o "alza el brazo", mensajes que a veces se comunican de forma no-verbal.

-Está muy vacía, ¿verdad?
-...¿El qué?
-La habitación, digo. A tu padre también se lo parecía.

He vuelto a mi casa con muchas preguntas en la cabeza.

8 de novembre

Hoy he recordado a mi padre.
Miento, no se recuerda alguien que no se ha llegado a conocer. Leía el mediocre folletín sobre unos niños de Francia de principios de siglo XX que luchaban contra las dificultades de la vida con la carga de haberse tenido que despedir de sus progenitores a la tierna edad de 7 y 9 años. Si bien vivo en el presente y mi posición es más cómoda, y mi estrato social un pelín más elevado, me ha recordado, aunque no sea éste el término exacto, a mi padre.
A aquél al que no conocí, a mi padre. Mamá me habló de papá hace ya mucho tiempo. Algo de que había ido al servicio militar para no volver más, o algo así. O quizá muriera allí. Aunque esto último es todavía más folletinesco que ser huérfano en 1913, así que tampoco elucubraré sobre esta última posibilidad.
El caso es que como tantos hombres hacen, la abandonó conmigo en el vientre, ya sea por estar muerto o por huir de sus responsabilidades.
Sólo tengo que preguntar a Mamá. Ella me refrescará la memoria.