16 de octubre

La gente es complicada. Todo el mundo da por sentado que las personas, como tales, tenemos cambios anímicos que condicionan nuestras decisiones immediatas. Éstas, probablemente, no sean muy lógicas, pero aún así se nos perdonan por lo anteriormente dicho. Se nos da un pequeño aviso y aquí no ha pasado nada. Si Platón -el Idiota Engreído- se levantara de la tumba al ver que un segundo está zurrando a un tercero por unos supuestos mal cuernos de la novia del segundo con el tercero, le daría un capón al agresor y volvería por donde ha venido. No entraría en peleas dialécticas, más que nada porque Platón el Paleto no necesita filosofear con alguien, porque siempre tiene la razón y se autofelaciona en sus aposentos de seda. Y porque sabría que la paliza está siendo dada por meros celos, y que todos caemos en actos parecidos alguna vez.

Sin embargo, aspectos de nosotros que no dependen del estado de ánimo, por mutar éste con demasiada celeridad, si no de nuestro alma, mente, cerebro, sino o llámesele como se quiera, son ampliamente rebatibles. Podríamos sentarnos con el ceporro más ceporro del barrio y éste nos invitaría a poner en duda nuestros actos, que de otra forma quizá nunca se pongan a prueba lógica.

Entro con toda esta parrafada para excusarme -¿a mí mismo? ¿A quién me lea?- de lo que voy a escribir. No creo apropiado, en una relación de menos de un mes, el ponerme a hablar de cosas del pasado que sólo incumben a mi persona. Sé que es general usar como arma de flirteo juvenil el recuento de amores pasados y corazones rotos, y si ya esto me parece estúpido, más me lo parece el iniciarlo con un objeto inanimado como puede ser un diario. Intento saber también por qué lo hago, y si lo hago a gusto o me fuerza la idea de acatar con la receta médica.

Pues bien, hoy, habiéndome excusado de algo que sé de antemano que voy a hacer y que será un error hacerlo, hablaré de Lisa, de quién llegué a ser gracias a ella y de cómo la conocí.

Lisa de Jacques y yo nos conocimos en el parvulario, como todo amor prematuro. Era una niña dulce de sonrisa agradable que parecía ignorar mi creciente deformidad de parbulitos a la primaria avanzada, incluso después de que mi madre consiguiera el permiso por el cual yo pudiera aprehender bajo su tutela sin necesidad de ir a la escuela pública o concertada. Desde entonces Lisa y yo nos hemos ido viendo con el paso de los años, yo a la sombra y ella, radiante, en el mundo real.
Como iba diciendo, yo estuve enamorado de Lisa, y si no recuerdo mal, ella de mí también. Lisa provenía de la Francia acomodada, y a su paso por la guardería dejaba decenas de admiradores de medio metro boquiabiertos que creían que las mujeres rubias sólo existían en películas. Habiendo llegado a primaria, la atención por ella había disminuïdo considerablemente, porque en esas edades los niños se dan cuenta de que poco en común tienen con las niñas, incluso con las más guapas. No sé cuánto tiempo habíamos estado saliendo desde que nos conocimos, ni si fue intenso, el caso es que en primaria lo dejamos al ver que lo nuestro tan sólo era amistad y que no nos veíamos reflejados el uno en el otro.

El caso es que, y sin ánimo de dilatar más, Lisa fue, aparte de mi primer y unico amor, la única persona en el mundo que ha compartido mi vida y que me ha ayudado a llevarla dignamente.