23 de octubre

La memoria es como un estanque que va creciendo alimentada por un arroyo de agua cálida, que es el vivir. Un estanque con patos, si se quiere. El agua más reciente permanece en la superficie del mismo hasta que enfría i deja paso a las siguientes horas de vida, todavía palpables en nuestro cerebro.
A veces, el curso natural se quebranta, y, por los motivos que sean, las capas frías y olvidadas del fondo del estanque consiguen tocar, aunque sea por un momento, el aire, y alzan la cabeza y miran por encima del hombro con una altivez casi insultante a las nuevas que trae el arroyo y que deberían posarse donde están éstas.

A veces, el curso natural de las vivencias se viola, y por los motivos que sea, Lisa me ha traído a la memoria muchos recuerdos, que con una chulería casi hiriente se regocijan de ocupar mi mente por un tiempo. ¿Por cuánto?, me pregunto. Cualquier tiempo pasado fue peor, o eso es lo que me permite seguir tirando, y ahora mismo no me apetece seguir recordando a Lisa.

Supongo que si me tomo unas horas de reposo alguien dejará de tirar piedras al estanque y para mañana por la mañana todo habrá vuelto sobre sus raíles.

Bonne nuit

22 de octubre

Hoy he visto un fantasma del pasado. He salido a pasear por callejones poco transitados, cuando una voz femenina me ha distraído de mis pensamientos. Era Lisa. Podría usar la primera persona y citar las palabras textuales de cada uno para dar un poco de dinamismo, pero por la teoría de la comunicación es imposible que sea exacto en unas palabras que han sido pronunciadas horas ha de este momento, así que hablaré en pasado.
Lisa, gracias a Dios, me recordaba. Hemos andado callejuelas empapados por un atardecer naranja que la hacía aún más bonita y a mí mas insignificante, conducidos por el instinto de buscar rincones solitarios y en silencio, donde poder contemplar el Sol, el cielo y el pasado, lo único nublado en esta tarde tan despejada. También hemos hablado de nosotros mismos. Me ha parecido discernir una nubecilla de pena en los ojos de ella, si no ha sido un efecto óptico causado por el ocaso mirándose en tan perfectos espejos, cuando le hablaba de mí, de Mamá y mi hogar. Me he apresurado a decirle que vivía bien, que no podía quejarme, pero desde luego no le he rogado que no se preocupara por mí; Lisa es demasiado orgullosa para admitirlo.
Cuando éramos niños, Lisa me defendía de los demás niños de la escuela, que llegaban a torturarla con esa crueldad infantil que delataba que Lisa les gustaba más que a un tonto un palo y sentían celos de que estuviera conmigo. Lisa nunca les dio el gusto de llorar delante suyo. Una vez acabada la pelea, rehuía a la gente y se iba a llorar a escondidas, con rabia, donde nadie pudiera verla. Por desgracia, hay más sentidos además de la vista, y yo la podía oír a través de la puerta del baño, y no sabía qué hacer, impotente, para consolarla, pues yo era tan poca cosa y ella una estrella radiante, y no sabía qué devolverle a cambio que valiera las lágrimas que derramaba por mi culpa.
Está estudiando literatura, todo le va bien, y no parece interesada en los chicos de su facultad. Hemos hablado de un poco de esto y un poco de aquéllo, nada relevante, y cuando el cielo moría hemos agradecido -al menos yo- el habernos encontrado después de tanto tiempo, y cuando el Sol ha soltado el último aliento de calor, estábamos cada uno en su casa.

20 de octubre

Hoy, como cada semana, he ido al doctor. Podría llamarle médico, pero supongo que doctor otorga más que el mero conocimiento científico. Un grado, un respeto, una experiencia. Inteligencia, quizá. Creo que el doctor, sin embargo, es menos inteligente de lo que parece, y eso es un problema, porque se espera más de ti. Como dije, callado y metódico, y con experiencia en su trabajo. Hoy ni me ha saludado, ha abierto la puerta y ha hecho un gesto de asentimiento con la cabeza para que entrara. A partir de ahí, la sesión ha procedido como siempre, sin tropiezos, constante, metódica.

Médico... ¿Doctor? Que más da. Sólo son palabras. Nada más que eso. Las tengo a miles en mi santuario, de todas las épocas y países, y una cosa tienen en común: tan sólo son palabras.