22 de octubre
Hoy he visto un fantasma del pasado. He salido a pasear por callejones poco transitados, cuando una voz femenina me ha distraído de mis pensamientos. Era Lisa. Podría usar la primera persona y citar las palabras textuales de cada uno para dar un poco de dinamismo, pero por la teoría de la comunicación es imposible que sea exacto en unas palabras que han sido pronunciadas horas ha de este momento, así que hablaré en pasado.
Lisa, gracias a Dios, me recordaba. Hemos andado callejuelas empapados por un atardecer naranja que la hacía aún más bonita y a mí mas insignificante, conducidos por el instinto de buscar rincones solitarios y en silencio, donde poder contemplar el Sol, el cielo y el pasado, lo único nublado en esta tarde tan despejada. También hemos hablado de nosotros mismos. Me ha parecido discernir una nubecilla de pena en los ojos de ella, si no ha sido un efecto óptico causado por el ocaso mirándose en tan perfectos espejos, cuando le hablaba de mí, de Mamá y mi hogar. Me he apresurado a decirle que vivía bien, que no podía quejarme, pero desde luego no le he rogado que no se preocupara por mí; Lisa es demasiado orgullosa para admitirlo.
Cuando éramos niños, Lisa me defendía de los demás niños de la escuela, que llegaban a torturarla con esa crueldad infantil que delataba que Lisa les gustaba más que a un tonto un palo y sentían celos de que estuviera conmigo. Lisa nunca les dio el gusto de llorar delante suyo. Una vez acabada la pelea, rehuía a la gente y se iba a llorar a escondidas, con rabia, donde nadie pudiera verla. Por desgracia, hay más sentidos además de la vista, y yo la podía oír a través de la puerta del baño, y no sabía qué hacer, impotente, para consolarla, pues yo era tan poca cosa y ella una estrella radiante, y no sabía qué devolverle a cambio que valiera las lágrimas que derramaba por mi culpa.
Está estudiando literatura, todo le va bien, y no parece interesada en los chicos de su facultad. Hemos hablado de un poco de esto y un poco de aquéllo, nada relevante, y cuando el cielo moría hemos agradecido -al menos yo- el habernos encontrado después de tanto tiempo, y cuando el Sol ha soltado el último aliento de calor, estábamos cada uno en su casa.
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