4 de noviembre

Hoy he bajado con Mamá a ver a nuestra vecina, la que me cuidaba de niño. También estaba Daniel, que me miraba como a un intruso. Hemos estado tan solo un rato. Al parecer, Mamá quería dar las gracias por algo que se le había dejado. No quería entrar, pero la vecina le ha ofrecido un café a regañadientes y mi madre no ha tenido más remedio que aceptar diplomáticamente, como si las dos se sintieran incómodas llevando a cabo un protocolo de educación y convivencia que hacía referencia a la relación que llevábamos las dos familias antaño. La vecina nos ha ofrecido a Daniel y a mí irnos a jugar a su habitación, pero los dos hemos sabido tan sólo vernos que esa costumbre estaba olvidada y enterrada. En su lugar, nos hemos quedado en el salón escuchando su conversación, vacía de significado. De cuando en cuando Daniel y yo nos veíamos obligados a mediar alguna palabra para rellenar los huecos de conversación que las mujeres nos servían delante nuestras narices (entendiendo servir como cuando una madre sirve un plato de aburrida verdura a su hijo, que se la tiene que comer le guste o no), prudentemente. Ya no había maternidad en las palabras de la vecina cuando se dirijía a mí, no como antaño. Después de una conversación corta y frívola, mi madre y yo hemos vuelto a la calidez de nuestro hogar.

1 de noviembre

Premonición. Podría ser el título de esta reseña. Si hubiera decidido ponerle títulos a las entradas de mi diario, claro. Si la entradas de un diario las merecieran, si las entradas del diario de alguien como yo las merecieran.
El caso es que esta es la palabra que me ha venido a la cabeza cuando he recobrado la poca entereza que me queda. Hoy he visto a Liza, como en un destello, como cuando hay un punto de luz que bailotea cerca de tu pupila, y te hace voltear para descubrir que tan sólo se trata de un brillante reloj que alguien porta en la muñeca.
Así he visto yo a Lisa hoy. Iba haciendo mi ruta habitual de paseo, cuando algo -y supongo que los autores de intriga es lo que denominan "espesarse al aire"- me hizo girarme en redondo, una orden de un marionetista brusco. Y ahí estaba, Lisa, radiante, caminando por la otra acera, pasando como una exhalación que ha durado horas. Cuando ha desaparecido, las manos invisibles que me sostenían me han dejado caer contra el duro pavimento. He conseguido recobrarme al cabo de un buen rato y he vuelto a casa notándome más muerto que de este mundo.