31 de octubre

Dice la ciencia que todo lo que sube baja. Aunque la ciencia dice muchas cosas. Preguntar a la ciencia es como preguntar una dirección a un vianante indeciso: “Perdón, ¿la calle de tal?”, “Sí, todo recto y la tercera a la derecha... o no”.
La ciencia es algo así. Se enfila en explicar cosas y elucubrar teorías sobre el cosmos y el más allá y luego deja una puerta abierta, como diciendo “...aunque puede que nada de lo que hayamos dicho sea cierto”, con lo cual, claro, siempre tiene razón.
Hoy he soñado con Lisa, y mi estado de humor ha caído en un pozo bien bien hondo. No sabría decir de qué manera he soñado con ella. No sabría decir qué había en el sueño aparte de ella, y si no hubiera pasado la mañana con una vocecilla en mi cabeza susurrando su nombre dudaría hasta de que hoy he soñado. Me he despertado mal, entendiendo la palabra “mal” en un abanico de acepciones que ni el diccionario más prestigioso puede recopilar con simples palabras. Los sueños no son como una película o un libro. Los sueños transmiten sensaciones. Puedes soñar que vuelas por encima la ciudad o que alcanzas la iluminación, y sentirte terriblemente triste, como si las ganas de vivir se te hubieran escapado por el bolsillo del tejano. Puedes soñar algo rutinario que haces todos los días y levantarte cantando.
En este caso, las sensaciones han llegado más allá y algo remoto en mi cabeza, como el miedo sin fundamento que trata de transmitir Lovecraft, primitivo e inexplicable, me ha dicho que he soñado con Lisa. Y ese mismo miedo, demoledor por su simpleza y su concepción unilateral, junto con agonía, apatía y tristeza, se ha apoderado de mi cuerpo como una gangrena que ha empezado desde mi cabeza. Estoy m-a-l. Muy mal.

30 de octubre

Hoy estoy más tranquilo. Me he despertado con las primeras luces del alba con una vitalidad y un positivismo que me han dejado de piedra a mí mismo. Entonces me he preguntado brevemente si la fórmula de la felicidad no estaría en algún lugar entre el hemisferio derecho e izquierdo, y si lo que hay fuera de nuestra corteza cerebral no es más que un circo de sombras.
He desayunado como un rey porque tenía un hambre de caballo, y me he dado una vuelta por el parque y alrededores con la misma actitud que lleva a algunos trasnochados personajes de animación infantiles a cantar con las flores y los pájaros, y no morir en el intento de esperar una respuesta coherente de ellos sin ayuda de psicotrópicos.
Me he vuelto trotando como un potrillo a mi casa a escribir en mi diario. De hecho, ahora son cerca de las dos, y en breve comeré algo.
Creo que es el primer día que escribo tan temprano y de tan buena gana, esperemos que se repita.

28 de octubre

El suceso de ayer en el metro me ha hecho cuestionarme algunas cosas. Por ejemplo, ¿si una mujer con unos rasgos tan distintos a las demás llamó la atención sobre mí de esta manera, cuánta atención me prestará la gente a mí, persona de proporciones tan únicas?
Sin embargo, a veces, cuando voy en metro, me percato de lo feos que somos la inmensa mayoría. Sin embargo, nadie parece darle la más mínima importancia. ¿Dónde está la línea entre aceptable y horrendo? ¿Y entre monstruosidad morbosa y deformidad desagradable? A alguien como yo, ¿la gente le mira por curiosidad, o evitan cualquier contacto visual por asco? Por tanto, si le doy náuseas a alguien, ¿éste me mira o por el contrario me evita?
Entonces, ¿cómo puedo saber si doy asco por donde me arrastro?
Es más, ¿realmente importa?