31 de octubre

Dice la ciencia que todo lo que sube baja. Aunque la ciencia dice muchas cosas. Preguntar a la ciencia es como preguntar una dirección a un vianante indeciso: “Perdón, ¿la calle de tal?”, “Sí, todo recto y la tercera a la derecha... o no”.
La ciencia es algo así. Se enfila en explicar cosas y elucubrar teorías sobre el cosmos y el más allá y luego deja una puerta abierta, como diciendo “...aunque puede que nada de lo que hayamos dicho sea cierto”, con lo cual, claro, siempre tiene razón.
Hoy he soñado con Lisa, y mi estado de humor ha caído en un pozo bien bien hondo. No sabría decir de qué manera he soñado con ella. No sabría decir qué había en el sueño aparte de ella, y si no hubiera pasado la mañana con una vocecilla en mi cabeza susurrando su nombre dudaría hasta de que hoy he soñado. Me he despertado mal, entendiendo la palabra “mal” en un abanico de acepciones que ni el diccionario más prestigioso puede recopilar con simples palabras. Los sueños no son como una película o un libro. Los sueños transmiten sensaciones. Puedes soñar que vuelas por encima la ciudad o que alcanzas la iluminación, y sentirte terriblemente triste, como si las ganas de vivir se te hubieran escapado por el bolsillo del tejano. Puedes soñar algo rutinario que haces todos los días y levantarte cantando.
En este caso, las sensaciones han llegado más allá y algo remoto en mi cabeza, como el miedo sin fundamento que trata de transmitir Lovecraft, primitivo e inexplicable, me ha dicho que he soñado con Lisa. Y ese mismo miedo, demoledor por su simpleza y su concepción unilateral, junto con agonía, apatía y tristeza, se ha apoderado de mi cuerpo como una gangrena que ha empezado desde mi cabeza. Estoy m-a-l. Muy mal.

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