12 de noviembre

"Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda."

Bécquer was right.
Y yo sigo con la imaginación aguijoneada, fustigada, desbocada e imparable. Hablando en inglés lo mismo que en ruso, no puedo parar.

Hoy he estado viendo viejas fotografías. Mi madre dormía plácidamente en su eterno sillón. Me he infiltrado en el recibidor, último muro conocido antes de enfrentarme con el exterior, con su familiar empapelado, su familiar planta de interior de plástico, su familiar armario.
...¿familiar armario? ¿Qué puede tener de familiar un armario que no sé qué contiene? Es curioso que, habiendo pasado tantos años en esta casa no sepa todavía cada uno de los recovecos que la componen.


Es curioso como incluso en nuestra realidad más cercana damos por sentado ciertas cosas porque siempre han estado ahí y es un día como cualquier otro en el que nos planteamos porqué están ahí.
He abierto el armario, y aunque parezca contradictorio con mi anterior observación, no he efectuado una mirada general para contemplar con ojos nuevos qué contenía, sinó que he buscado lo que tenía en mente desde esta mañana, apartando a ciegas texturas que parecían pertenecer a ropa usada cuando dichas texturas eran suaves y no ásperas, hasta encontrar una caja del tamaño de una caja de zapatos, hecha de madera fina, que no he dudado en abrir.


Ahora las tenía delante mío. En mi cama. A docenas.
Fotografías.
De todos los tamaños y colores. De mi Madre.
De mi Padre.

Se les veía felices.
No sé exactamente qué he sentido al verlas. Si curiosidad por reconocer a mi madre de joven, sorpresa por ver al Padre que no conocí, tristeza por no reconocerme en él, emoción por saber cómo sería la fotografía siguiente...


No hay comentarios: