3 de octubre
Ya es hora.
De nuevo, recorro la vista por todos los rincones de mi habitación, en busca de una pista, una señal de luz que disipe mi indecisión y me anime a escribir.
Mi vida.
¿De qué sirve contar mi vida? ¿la de alguien? Tengo la teoría de que la gente escucha vidas ajenas en busca de problemas ajenos. Es lo que nos hace humanos. Muchachas con el corazón roto comprar revistas de quinceañeras para comprobar que no son las únicas que se han sentido tontas, y que las otras desgraciadas que escriben a la editorial están pasando momentos similares.
Pero no me apetece contar penurias.
¿De qué hablaría? Ah, ya. La melancolía. Ése es un mal que nos arrastra a todos, aunque por suerte nunca es suficientemente fuerte como para hacernos olvidar de que hemos de mirar al frente. ¿Que qué debería contar que fuera melancólico, triste y dulce a la vez? Quizá de Lisa, pero ya no tiene sentido. He tardado años en aplacar sus fantasmas, aunque todavía la recuerdo.
Vivo con mi madre, solos. Lo de "solos" va con rintintín, porque mi madre no tiene demasiadas amistades, y yo probablemente ninguna. Aunque nos va todo bien.
Sinceramente, si esto tiene que ser una tarea de curación, no está yendo a buen puerto, pero entre los laberintos de la psicología incluso así sirva de algo. Aunque no sé el qué.
Quizá por hoy ya haya escrito bastante. Al fin y al cabo, ¿qué no se ha dicho ya sobre la vida de un barcelonino?
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